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Lo han confirmado los meteorólogos. El pasado mes de julio ha sido el más caluroso de la historia. Y en las grandes ciudades es donde más se han sufrido sus rigores. Las temperaturas no dan tregua y agosto parece que será igual de tórrido. La escapada de la urbe es obligada. Sin necesidad de escapar a los mares del sur ni otros destinos lejanos y exóticos, nuestra geografía abunda en lugares donde se refugia ese frescor que en la mayor parte de España parece haberse tomado unas largas vacaciones.
Las vías verdes son un fenomenal invento que permite disfrutar de la naturaleza practicando un ejercicio físico moderado. A pie y en bicicleta se recorren estas rutas, que ocupan la plataforma de antiguas vías de ferrocarril en desuso. Discurren por espacios naturales y se localizan en la mayor parte de las regiones españolas. Por lo fácil y poco exigente que es su recorrido, la Vía Verde de Arrazola es especialmente recomendable para realizar con niños y es apta para personas con movilidad reducida. Su situación en el Parque Natural de Urkiola, uno de los mejores espacios naturales del País Vasco, en una zona de abundantes bosques y montañas, garantiza encontrar temperaturas moderadas.
Situada en el valle de Atxondo, en la comarca del Duranguesado (Bizkaia), y a los pies del monte Amboto, transita por donde lo hizo el ferrocarril de Arrazola, utilizado para transportar el mineral del fondo del valle hasta la localidad de Apamonasterio. Es un recorrido de cinco kilómetros -ida y vuelta, contar diez kilómetros- que transitan por un ancho camino de grava compactada. El suelo regular y el escasísimo desnivel lo hace apto, incluso, para cochecitos de niños. De punta a punta ocupa entre tres y cuatro horas, sin contar las paradas, por lo que es recomendable llevar un tentempié, así como agua.
Al contrario que en otras vías verdes, en la de Arrazola no está permitido circular con bicicletas ni patinetes. De igual modo, los perros deben llevarse atados. Reglas ambas que dan más seguridad y tranquilidad a las familias con niños pequeños. La vía verde transcurre junto a varios pequeños núcleos urbanos como Marzana, Arrazola y Axpe y a lo largo de la ruta abundan caseríos, donde es sencillo contemplar escenas de una vida rural que aquí no se ha perdido.
El recorrido está salpicado de una abundante cartelería que describe el itinerario y otros aspectos del lugar como la minería, la naturaleza y las costumbres. En varios puntos hay áreas de descanso con mesas y, al final, una oxidada vagoneta recuerda los orígenes del tren minero, construido en los albores del siglo XX.
A los únicos que se ve a esas horas de amanecida en Carnota es a los pescadores de caña locales. Aquí jamás se verán las luchas por clavar la sombrilla en primera línea de playa desde temprano, como ocurre en Benidorm o Cullera. Tampoco hay problema para colocar la toalla sobre la arena sin pisar al vecino. A lo sumo y durante todo el día solo se ve a un puñado de fodechinchos, familiar apelativo con el que los gallegos nombran a los veraneantes.
La de Carnota es una playa reservada. Y no utilizamos el epíteto en la acepción que señala al lugar solo destinado para algunos, sino en la que define un espacio discreto. Tal vez lo sea por lo apartado de este concello del sur de la provincia de A Coruña. También tiene que ver la temperatura de las aguas y la fuerza que gasta el Atlántico en estas costas. Inmenso arenal con forma de concha abierta, de siete kilómetros de longitud, en la bajamar extiende más de 500 metros su anchura. Cuenta con un conjunto de marismas y en ella desembocan los ríos Valdebois, Louredo y da Rateira.
Es tan largo el playazo que, además del que le da nombre, lindan sus arenas media docena larga de pueblos como Caldebarcos, Gándara de Caldebarcos, Parada, O Viso, Piñeiros, Pedrafigueira y Mallou. Todos tienen su interés, aunque la palma se la lleva el titular, Carnota, con su parroquia y el segundo hórreo mayor de Galicia: 34 metros de largo y 44 pies. Su edad tampoco desmerece: 255 años.
Cuenta el concello de Carnota con otras playas más íntimas que bien se merecen conocer. La Praia de San Pedro y la de Quilmas, ambas en la parroquia de O Pindo, son dos de estos apartados arenales. Algo más al norte, la de Pedra Maior forma una barra que obliga a dar un último giro al río Xallas, a estas alturas ya mutado en ría. Sobre ellas se alza el legendario Pindo. Sólo alcanza 627 metros, pero sus leyendas sobrepasan con creces esa altura. Considerado el Olimpo del pueblo celta, se adorna este monte de leyendas en las que druidas y meigas son protagonistas. Las caprichosas formas de sus piedras tienen mucho que ver con ellas. La ascensión a la cima es la mejor manera de conocerlas.
Para quien busque disfrutar de una panorámica con menos esfuerzo, ninguno en realidad, le aguarda el mirador de Louredo. Situado en la carretera entre San Mamede y As Paxareiras, ofrece una de las mejores vistas de todo el litoral gallego. La amplia plataforma del mirador está adornada con Segunda Pel, actuación del artista Nando Lestón formada por los troncos de árboles quemados del monte Pindo, pintados y decorados. En la balaustrada, la vista se extiende desde la playa de Carnota, a sus pies, y las islas de Angeuira, Forcados y Lobeiras, nombre este último que da pistas de la presencia en ellas de focas.
Por seguir con animales marinos, algo más arriba se sitúa Caneliñas. El nombre nada dice nada a los no entendidos. Lo explicamos: en esta mínima rada todavía se conserva la última factoría ballenera de España. Activa desde 1924, el 21 de octubre de 1985 aquí se despiezó la última ballena. Desde entonces permanece cerrada. Todavía en algunos lugares de esta costa el viajero puede encontrarse con una vértebra de ballena, utilizada como banqueta o para rematar la pata de un hórreo. O comer, que ya es hora, bajo las barbas de un cetáceo colgadas de la pared de cualquier casa de comidas.
El Parque Nacional de Aigüestortes y Lago San Mauricio tiene todo lo que se le puede pedir a un espacio natural de montaña que sea refugio contra el calor: bosques, lagos y picos. Estamos en uno de los parajes más privilegiados de los Pirineos. Situado en el norte de Lleida, cuenta con un amplio territorio de más de 40.000 hectáreas. Ejemplo más visible y disfrutable de la biodiversidad del parque nacional donde los bosques tapizan el fondo de los valles, entre las abundantes especies son mayoritarias abetos, pinos silvestres, hayas, abedules y avellanos salpicados de acebos, serbales y sauces.
Cobijo de frescor en verano y abrigo frente a los rigores invernales, son la casa de una variada comunidad animal donde no faltan urogallos, liebres, ardillas, corzos, gamos, jabalíes, nutrias en los cursos fluviales y chovas piquirrojas y quebrantahuesos en las alturas. Es en esas alturas donde se sitúan una infinidad de montañas. De naturaleza granítica, conforman la imagen más espectacular de este espacio. Circos de origen glaciar en las cabeceras de los valles y afiladas agujas entre las que destacan los Encantats, que dan nombre al parque nacional, y las conocidas de Amitges.
Dejamos los lagos en último lugar, pues es el agua el elemento que mejor caracteriza a estas montañas pirenaicas. El lugar cuenta con más de 200 lagos, estanys en lengua local, de las más diversas formas y tamaños. Los más importantes se localizan en el fondo de los valles, como los de Sant Maurici y Llong.El acceso al espacio protegido no tiene ninguna restricción, siendo posible practicar diferentes deportes, desde sencillos paseos a difíciles escaladas. Son dos los lugares más recomendables para acceder al espacio: por el valle de Boí, en el lado oeste, y por Espot, en la vertiente este.
El excursionismo es la actividad más practicada. En ocasiones, para los más tranquilos se limita al senderismo, itinerarios de corta duración por el fondo de los valles y a través de bosques, que carecen de dificultades técnicas y salvan escasos desniveles. Otras veces, ese excursionismo deriva en montañismo. Las rutas elegidas ascienden a cualquiera de las numerosas montañas del parque. Algunas son simples lomas, de escasa inclinación, aunque siempre de notable esfuerzo. Por último, hay otras ascensiones más técnicas. Es el caso de las referidas agujas, que demandan sólidos conocimientos de escalada.
Se habla de selvas y la cabeza se llena de lugares exóticos y lejanos. La riqueza natural de nuestro país hace que también aquí haya una selva. No está poblada de monos ni leopardos, eso no, pero sus espesuras son el mejor remedio para escapar del cálido agobio estival. La tenemos a la mano justo en el lado atlántico de los Pirineos. Es la Selva de Irati. Igual que sucede en Aigüestortes y Lago San Mauricio, aquí hay bosques, montes y agua abundante en ríos y un pantano. Situada en la porción atlántica de Pirineos, a caballo de Navarra y Francia, Irati es la mayor masa de hayas y abetos de Europa occidental.
Ocupa este bosque primordial más de 17.000 hectáreas de arbolado que, a pesar de ser explotado desde el siglo XVI, conserva un inusual vigor y extensión. Dos son los accesos principales del bosque desde este lado de la muga: por su costado occidental desde Orbaiceta y, por el lado oriental, desde Ochagavía. Estas localidades y sus vecinas conservan todas su tipismo y son los mejores lugares para establecer parada y fonda.
Desde el fondo de los valles de Irati trepa el arbolado hasta su límite natural, dando paso a una franja de pastos de montaña que muchas veces alcanza la cumbre misma de los montes. Entre estos, el más señalado y de recomendable ascensión es el pico de Orhi. Montaña mágica de la Alta Navarra, con 2.019 metros de altura es el último dosmil de Pirineos antes de alcanzar el Atlántico. La ruta se inicia en el paso fronterizo de Larraine. Es precisamente su altitud y la proximidad con el océano por lo que en esta masa forestal la rebequita por las tardes está garantizada.
El embalse de Irabia es la masa de agua más importante de Irati. También es el destino de algunas excursiones memorables. Entre ellas destaca la que comienza en el área de acogida de la Virgen de las Nieves. Ruta tranquila de nueve kilómetros que discurre junto al cauce del río Irati.
Igual que en el resto de actividades que se practiquen en Irati, la fuerza del bosque se siente en cada momento. Ese soplo de viento que anuncia un cambio de tiempo, o la fantasmal sombra de un corzo que escapa a la profunda espesura. Quién sabe si el rumor de hojas es por el paso de Basajaun, señor de los bosques y prodigioso de aspecto terrible y fuerza colosal, no es, sin embargo, una criatura maligna. La tradición asegura que el único tributo que demandan es un trozo de pan abandonado en el bosque.
Si existe un lugar cuyos valores naturales hayan sido reconocidos antes que ningún otro, este es Ordesa. Desde las primeras incursiones de naturalistas y cazadores, por supuesto, en el siglo XIX, el valle del Pirineo oscense fue reconocido como un espacio privilegiado como pocos. Fue el primero que se propuso para ser convertido en parque nacional, aunque lo fue solo un par de meses después que la Montaña de Covadonga
Un siglo después de aquello, Ordesa es referencia obligada para los amantes de la naturaleza y las actividades al aire libre y, como espacio de montaña, también es buen lugar para escapar unos días de los rigores de este estío abrasador. Esto no quiere decir que aquí no haga calor. Al mediodía hay que buscar la sombra, sobre todo en el fondo de los valles. Cada vez quedan más lejos los tiempos en los que la guardería de Ordesa llamaba La Siberia a la zona del aparcamiento del cañón de Arrazas cuando llegaba el invierno. Lo cierto es que según cae la tarde, también lo hacen las temperaturas. Las noches refrescan lo suficiente para dormir con una mantita y los excursionistas que empiezan temprano su caminata lo hacen con el forro polar puesto.
Las posibilidades que otorga el Parque Nacional de Ordesa son infinitas para el ocio activo y veraniego. No solo el cañón de Ordesa, también los vecinos Añisclo y Escuaín, valle remoto donde vive la mayor colonia de Europa del escaso quebrantahuesos. No debe olvidarse el vecino valle de Bujaruelo que, sin estar incluido en el espacio protegido, tiene los mismos valores naturales. Las excursiones de todas las clases, duración y dificultades, son la actividad más popular. Desde un simple paseo por los bosques y cascadas cercanas al aparcamiento de la pradera de Ordesa a la ascensión del Monte Perdido, que incluye una noche en el refugio de ‘Góriz’.
La ruta más popular es la que lleva desde el citado aparcamiento a la Cola de Caballo, una de las más celebradas cascadas del espacio protegido. Es una ruta sin dificultades que transita por un sendero -autopista caminera- que ha sido preparado por los responsables del parque eliminando la menor dificultad. Es, sin embargo, una ruta larga -19 kilómetros ida y vuelta-, aunque puede realizarse parcialmente. Los caminantes más avezados pueden regresar en vez de por el camino de subida, por la Senda de Cazadores, impresionante ruta que transita por mitad de la riscada ladera sur del valle.
Limpieza, suaves arenas, aguas cálidas, transparentes y sin sobresaltos, tranquilidad del espacio y paisajes señalados son razones poderosas para visitar esta playa. También para que este año haya sido considerada una de las mejores del mundo. Según el portal especializado TripAdvisor, la playa de Muro es una de las 25 mejores playas del mundo, ocupando la tercera posición entre las europeas. Más alto ha puesto el listón la aplicación especializada Right Boat, que este año señala a Muro como la mejor playa del mundo en base a más de 300.000 opiniones de usuarios de la plataforma.
Situada en el litoral norte de Mallorca, en plena bahía de Alcudia y en la proximidad de esta población. Este playazo se extiende a lo largo de seis kilómetros. Está dividida en cuatro sectores. Es Branc es el más cercano a la citada localidad; Es Comu, la zona más salvaje, uno de los escasos arenales vírgenes que todavía resisten en Baleares.
Aparte de tomar el sol y baños relajantes, Muro ofrece una amplia variedad de posibilidades de entretenimiento. El más apreciado es el snorkel, aunque también hay sitio para paddle surf, catamarán e incluso patines acuáticos. A lo largo de la playa hay duchas, baños y zonas infantiles. Y aquí debe decirse que esta playa reúne las mejores condiciones para los niños, que son quienes más disfrutan de ella.
Es vecino de Muro el Parque Natural de s’Albufera, el espacio natural más importante de las Islas Baleares. Extenso humedal que es territorio preferente para los pajaritólogos, los amantes de la observación de aves, al residir en esta área más de 300 especies como anátidas, garzas, golondrinas, grullas e infinidad de otras migratorias. El espacio natural tiene varias rutas que llevan a los ocho observatorios y once plataformas especialmente dispuestas para la mejor contemplación de estas criaturas aladas.
Este bosque es la nevera de la Sierra de Guadarrama. Húmedo y tranquilo, Valsaín pasa por la más extensa masa de pino silvestre de España. Garantía de temperaturas agradables en el tórrido estío castellano, es refugio de los madrileños y segovianos que conocen los secretos serranos. Esto es algo antiguo. Lo han sabido hasta los reyes, que en el temprano siglo XIV tomaron posesión de estos parajes. Así lo señalan las ruinas del palacio de Valsaín, el primer asentamiento real, y el posterior conjunto de palacio y jardines de La Granja fueron destino veraniego de la Corona desde entonces.
Las referencias históricas han echado raíces en estos montes. En Valsaín se disputaron importantes batallas y aquí estuvieron las posiciones que marcaron el frente del Guadarrama, uno de los más duros y prolongados de la Guerra Civil española. Ernest Hemingway lo visitó para convertirlo en uno de los escenarios de su conocida novela Por quién doblan las campanas.
Más allá de la historia, alguno de sus parajes naturales se consideran los más emblemáticos de una montaña cuyos valores han sido certificados por su categoría de parque nacional. Los Asientos y la Boca del Asno son buenos ejemplos de ello. En este último enclave se localiza un Centro de Visitantes, en el que se brinda información sobre la sierra y las actividades que pueden realizarse. Una de las mejores es el recorrido de las llamadas Pesquerías Reales. Se trata de un camino que se habilitó para que Carlos III practicase sus aficiones pesqueras. Su enlosado transita por la orilla izquierda del río Eresma y la citada Boca del Asno es un buen punto para recorrerlo, en uno u otro sentido. Sus trece kilómetros de recorrido unen el embalse del Pontón Alto con el puente de la Cantina.
La Sierra de Gredos es la otra gran montaña castellana que sirve de refugio para los días de verano. El lugar más frecuentado está en su vertiente norte y se accede desde la localidad abulense de Hoyos del Espino. Una larga carretera local lleva hasta La Plataforma, lugar donde comienza una de las grandes caminatas de las montañas españolas.
Sigue el camino del carril empedrado que fue construido para que Alfonso XIII se acercase a estas montañas para cazar cabras monteses. La primera cacería real sucedió en 1911. Cazó unas cuantas, pero también se dio cuenta de que apenas quedaba una docena de ejemplares. En compañía de Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, que fue el creador de los parques nacionales españoles, impulsó la creación de una guardería que erradicó a los furtivos y aseguró la supervivencia de uno de los animales emblemáticos de la fauna ibérica.
Cruzado el Prado de las Pozas, al poco de iniciarse la caminata, se sube la cuesta de Los Barrerones. En su cima espera una doble sorpresa. La primera es la visión más espectacular del circo de Gredos. Sucesión de montañas emblemáticas como Los Hermanitos, el Cuchillar de las Navajas, La Galana y Risco Moreno, preside todas estas eminencias el pico Almanzor. La segunda sorpresa la regalan las monteses. Tienen las cabras querencia por esta parte de la serranía, donde pasan la jornada. Es habitual descubrir la desmesurada lira de los cuernos de los grandes machos sobresaliendo entre los espesos piornales.
En un siglo, de estar a punto de extinguirse, la población de cabras se ha multiplicado. Según los datos, en Gredos hay más de 8.000 ejemplares. Se han habituado de tal modo a la presencia humana que se asoman a la puerta del refugio de la Laguna Grande y es sencillo darles de comer un trozo de comida con la mano. Por encima se alza el Almanzor. Con 2.591 metros es la montaña más alta de todo el Sistema Central. Su nombre responde a la leyenda que asegura que el caudillo árabe fue el primero en alcanzar su cima.
La ascensión no es sencilla, sin embargo. A pesar de que algunas fuentes aseguran carece de complicaciones, se trata de una auténtica escalada que exige conocimientos. Más accesible resultan otras actividades como llegar a la citada Laguna Grande o, si se quiere ascender una montaña sin otra complicación que el esfuerzo imprescindible, el Morezón, justo encima de Los Barrerones, debe ser la elegida.
En pleno ojo del huracán, Doñana pasa por uno de los momentos más complicados de la historia. El cóctel del cambio climático y unas desacertadas actuaciones administrativas ha puesto en jaque su naturaleza única. Considerado el humedal más importante de Europa occidental, imprescindible para centenares de especies animales, muchas aves migratorias, las extracciones de agua subterránea hacen desaparecer lagunas y la marisma entera. Cada día que pasa hay menos agua en Doñana.
Visitar este parque nacional es la mejor manera de concienciarse de su estado. La mejor manera de hacerlo es con cualquiera de las empresas especializadas. Una de las opciones es participar en alguna de las salidas diarias que durante varias horas recorren el espacio protegido a bordo de vehículos todoterreno y un guía. El recorrido transita por todos los ecosistemas del parque nacional. La lamentable situación de las lagunas, secas, la mayoría, hasta el punto de que las permanentes -las que duran todo el año- se han convertido en estacionales -solo tienen agua en invierno e inicios de la primavera-, hace que la parte más interesante sea la costera.
Playas y dunas conforman un curioso ecosistema que, a pesar de las apariencias, está lleno de vida. Hasta las montañas de arena la tienen. No hay más que ver los llamados corrales, depresiones de tamaño variable cuyo arbolado poco a poco es engullido por la pared de las dunas, movidas por el viento. Ya en la orilla de la inmensa playa -con 28 kilómetros de longitud es la más larga de España-, nada mejor que contemplar las evoluciones de las aves del litoral que aquí viven y pegar la hebra con los coquineros que faenan en las aguas orilleras.
Relajado sobre la arena de la solitaria caleta del Congrio, refrescada la caricia del sol de Lanzarote por la brisa atlántica, es lógico concluir que no es necesario irse a la otra punta del mundo para disfrutar del exotismo de unas vacaciones en la playa. El sur de esta isla canaria acoge un puñado de arenales que no deben pasarse por alto.
En este momento es necesaria una referencia al Rubicón. El río del norte de Italia señalaba la frontera entre el territorio de Roma y la Galia bárbara. Los generales tenían prohibido cruzarlo con sus ejércitos armados hasta que Julio César atravesó aquella frontera que marcaba el límite con lo desconocido. “La suerte está echada” asegura la leyenda que exclamó. Hay en Lanzarote, otro Rubicón, cuyo nombre, igual que el del cauce italiano, señala el color rojizo del paisaje, marca un límite imaginario: el de la naturaleza volcánica de la isla y la costa de los Ajaches, monumento natural donde se abren un rosario de playas prodigiosas.
Tienen la esencia de lo que se piensa debe ser el paraíso del estío. A saber, arenas doradas y suaves, aguas frescas y transparentes, escasos bañistas y un paisaje sin alterar. Es cierto, hace calor, pero la influencia del Atlántico lo disipa y, excepto las horas centrales, el verano aquí se soporta sin agobios. Situada en el extremo sur de Lanzarote, la costa del Rubicón fue el lugar donde desembarcó el normando Juan de Bethencourt cuando alcanzó las Canarias en 1402. Le atrajeron los perfectos fondeaderos de sus calas y las abundantes focas monjes de estos litorales.
Todo este territorio ha sido declarado espacio protegido bajo la figura de Monumento Natural. La costa es una sucesión de acantilados y playas. A todas se llega por pistas de tierra, a través del espacio protegido. La del Papagayo es la más conocida de las playas. También la que recibe más personal. La de Mujeres es la playa más cercana a Playa Blanca, capital del sur de Lanzarote. Le siguen los escondidos caletones del Cobre y San Marcial. Los arenales del Pozo y de la Cera llevan a la citada cala del Papagayo. Más allá aguardan a los amantes de soledades sin estorbos la caleta del Congrio y la del Puerto Muelas. Un riscado sendero por la punta de los cantiles empalma todas, regalando vistas inéditas de esta costa con aires del fin del mundo. De regreso a la playa de Mujeres, aún queda tiempo para comprarle un refresco al vendedor que la recorre con su bicicleta de nevera incorporada.
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