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En estos estertores del otoño, ahora que la sierra aparece amarilleada y los árboles encendidos en tonos ocres, pardos y cobrizos, abordar este camino regio es una delicia comparable a la que debió sentir el propio Carlos III cuando vio cumplido su deseo. Porque este monarca, poco dado a la pompa cortesana, era realmente feliz en estos parajes, entregado a la pesca de la trucha en las frías aguas del Eresma.
Para ello, para poder subir cómodamente con su caña desde La Granja hasta la cabecera del río, mandó construir este camino a lo largo de su orilla izquierda, bajo la sombra de los robledos y los pinares de Valsaín. Una obra por aquel entonces asombrosa, que remató con puentes, represas, saltos y todo cuanto daba de sí la ingeniería hidráulica del siglo XVIII. Cientos de canteros se emplearon a fondo, entre 1767 y 1769, para lograr alicatar unos nueve kilómetros que partían del embalse del Pontón Alto –antes Puente de Segovia– y llegaban al nacimiento fluvial, allí donde confluyen los arroyos de Minguete y del Telégrafo. Nacía así, para disfrute del rey, la Senda de las Pesquerías Reales enmarcada por un impresionante escenario natural.
Hoy, 250 años después, se trata de una de las rutas de senderismo más frecuentadas de la Sierra de Guadarrama. Una ruta fácil y accesible –solo hay que seguir el curso del río– ideal para hacer en familia en una sola mañana. Se puede optar por recorrerla entera (unas tres horas y media ida y vuelta a un ritmo ligero) o escoger alguno de sus tramos, pues a lo largo del trayecto se encuentran diferentes puntos desde donde partir o poner fin a la caminata.
El mejor inicio, en cualquier caso, es el bonito embalse que queda cerca del Palacio de La Granja, ese Versalles segoviano que es un alarde de barroco con esmeradísimos jardines geométricos salpicados de fuentes frescas y esculturas de mármol y de bronce. Un buen arranque para, después de bordear la represa hasta llegar a la desembocadura del río, empezar a remontar la corriente, manteniendo siempre las aguas a mano izquierda.
A partir de aquí comienza el camino, prácticamente llano, que el mismo Carlos III ideara atraído por la abundancia de truchas bravas. Hoy también se las puede contemplar, culebreando juguetonas en los saltos, especialmente a mediados del mes de mayo, cuando el caudal baja con toda la fuerza del deshielo. Pero no son los únicos ejemplares de fauna que se aprecian por estos lares. Alimoches, águilas imperiales y buitres negros sobrevuelan en todo el trayecto, pues no olvidemos que se trata de una declarada ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves).
Así, bajo este planear majestuoso, entre pinos silvestres y robles rebollos, se irá abriendo paso el camino regio con hitos como el puente de la Pasadera, el salto hidroeléctrico del Olvido, el puente del Anzolero y el puente de Valsaín. Y entre tanto, grandes bloques de granito, losas que alfombran el suelo, escalones que salvan el desnivel, muros de contención, refuerzos para retener las aguas… Muestras, en definitiva, de la gran obra carolina que, desafortunadamente, no siempre se encuentra en las mejores condiciones: algunos de sus tramos están algo deteriorados e incluso invadidos por la maleza.
En un determinado punto, cuando el frescor de las aguas aviva los aromas de las jaras y las retamas, de los helechos y las madreselvas, cuando el silencio solo queda roto por el crujir de la hojarasca, el camino se aparta un poco de la orilla para remontar extensas praderas. Al paso aparecerán nuevos puentes como el de los Canales, a quien muchos ven semejanzas con un acueducto romano pese a datar del siglo XVI, y después los pasos llevarán a adentrarse por un fabuloso pinar. El escenario entonces adopta los tintes de un bosque encantado bajo la banda sonora del rumor del río.
Es aquí, en esta segunda parte de la ruta, donde se abren diversas áreas recreativas como Los Asientos y La Boca del Asno; aquí los visitantes se detienen a descansar o a reponer fuerzas con un pícnic. Una buena idea puesto que aún aguarda una hora más de camino, eso sí, a lo largo de una garganta que obliga a superar una prolongada subida. Justo para después llegar al puente de los Valillos, y con él, a la conjunción de los arroyos que pondrán fin a las Pesquerías Reales. Y para que no queden dudas del carácter regio de la ruta, hemos de decir que, a lo largo del trayecto, aparecen ciertas coronas grabadas a cincel en la piedra para recordar que este río, truchas incluidas, eran dominio del carismático monarca.
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