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El escritor Alberto Vázquez-Figueroa aseguró que “el Valle de la Orotava, en Tenerife, nada tiene que envidiar a Tahití. Y las playas de Fuerteventura son tan esplendorosas como las caribeñas, pero sin tiburones. Y en Kenia no existe un lugar que pueda compararse a Las Montañas del Fuego, en Lanzarote…”. Nosotros, que compartimos sus palabras, nos atrevemos a añadir un poquito más.
Hay montañas en El Hierro que nada tienen que envidiar a las laderas escarpadas de Háwai, como se aprecia en la primera foto que ilustra este reportaje. La cordillera que separa el norte del sur de la isla ofrece unas vistas maravillosas desde cualquier mirador en las alturas, como el punto más alto de la isla, el Pico de Malpaso. Sin embargo, vista desde el Valle de El Golfo la pared montañosa, prácticamente vertical, es una maravilla.
El mar de lava consolidada en la isla de Lanzarote amenaza con engullir carreteras perdidas. El paisaje árido se mezcla con un cielo de luces espectaculares al atardecer que hace entender cómo vio su tierra el artista César Manrique para sacarle todo el partido aprovechando su belleza difícil.
Además, Lanzarote está muy asociada a los conocidos volcanes del Parque Nacional de Timanfaya, pero ¿y el resto de montañas que salpican la isla? Foráneos, que terminaron siendo adoptados por esta tierra, como el escritor José Saramago, hizo de algunos puntos conejeros elevados sus favoritos.
De el suelo árido de Lanzarote a los bosques de Garajonay de La Gomera parece que hubiera un universo en medio y, sin embargo, es una muestra más de los ecosistemas que muestra el archipiélago y que da una idea de la evolución de la Tierra en un espacio muy pequeño.
Las nieblas de Garajonay hacen de la laurisilva, la vegetación del Parque Nacional, un bosque único en el mundo. Pero más que la visión que puede suponer adentrarse entre los senderos que marcan sus antiguos árboles, estas reservas vegetales gomeras son un territorio para evocar leyendas mágicas y disfrutar del imaginario popular de la isla.
Si La Gomera sacude por su fuerza mística, la historia de los árboles de El Hierro sumergen al viajero en la dura historia isleña, los problemas de sequía que enfrentaron sus antiguos moradores, las rachas de viento brutales o el misticismo alrededor de un verdadero árbol mágico.
Esos árboles famosos, como alguna sabina conocida y muy fotografiada, son los más vistos. Pero en este reportaje de fotos increíbles, te mostramos la cara menos visitada de esos árboles herreños que son abrazados por esa niebla que les da la vida.
A veces, un mar de nubes se entromete en las vistas de los miradores y la panorámica se vuelve esponjosa y blanca. Solo implica pillarlo en el momento y el lugar justo.
En El Hierro, a través de sus piscinas naturales es fácil ver el avance de la lava y la formas increíbles que fue adquiriendo al solidificarse ante el freno de las bravas aguas del Atlántico. Una batalla que, hasta el día de hoy, sigue moldeando el aspecto costero de la isla.
Entre los paisajes herreños que se han ido formando, si hay algo que puede llamar más la atención que el relieve salvaje de su costa volcánica es el color de las aguas de sus charcos naturales, que parecen colores imposibles y que en esta islita se hacen realidad.
Si entre acantilados y piscinas aparece de repente una iglesia perdida en una colina, como es el caso del campanario de Joapira, en Frontera, nadie se extraña.
“Canarias no es más que una especie de bonsái de este planeta”, decía Vázquez-Figueroa de su tierra, “incluida la Luna tan acertadamente representada en Timanfaya”. Y nosotros te hemos mostrado las imágenes que avalan las palabras del escritor. Diversidad, admiración, riqueza y mucha magia. Por algo las islas afortunadas se encuentran entre uno de nuestros destinos favoritos.
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