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El verano es una explosión de interrelaciones. En la pradera que se extiende en la orilla norte del río Alberche a su paso por Navaluenga (Ávila) se entremezclan niños chapoteando con la pelota de playa, matrimonios dorándose al sol, aprendices de nado, aquellos que dominan la tabla de paddle surf, los que siestean sobre enormes flotadores con forma de flamenco, las cuadrillas de adolescentes que se reencuentran en el pueblo al terminar el curso, familias con almuerzos de tortilla, bocatas y melón piel de sapo bien fresquito y esa playlist intergeneracional donde se suceden plácidamente bajo la canícula el último éxito de Karol G con La Zarzamora.
El Alberche lleva años siendo uno de los destinos preferidos para el baño en el centro de la Meseta. El río discurre por las provincias de Ávila, Madrid y Toledo, y son numerosas sus playas fluviales y embalses (como los de El Burguillo, San Juan, Picadas o Cazalegas) donde refrescarse y practicar actividades deportivas los meses de estío. Uno de los puntos que más turismo atrae, al situarse a escasos 40 km de Ávila capital y a una hora de Madrid, son las piscinas naturales de Navaluenga.
El cauce, enriquecido por las diversas gargantas que nacen del Macizo de Gredos y oculto entre peñas y arbolada, se remansa poco antes de cruzar bajo los arcos del puente románico. En la orilla norte (la más cercana al casco histórico del pueblo), una amplia zona de césped se extiende hasta pasado el puente nuevo. Allí posan sus toallas y sillas vecinos y turistas. Hay varios bancos de piedra, siendo los más cotizados los cobijados a la sombra de un gran sauce llorón. También hay plátanos, chopos y pinos bajo los que resguardarse del sol. El acceso a las piscinas está acondicionado, con escaleras, barandillas y duchas. No tiene zonas muy profundas, por lo que es ideal para todas las edades, y cuenta con algunos pequeños saltos, que forman cascadas, donde recrearse como si fuera un spa natural.
Entre bañistas, colchonetas, tablas de paddle surf, flotadores y pelotas de playa, algunos atrevidos aprovechan los dos tajamares centrales del puente para lanzarse o hacer alguna pirueta, algo nada recomendable porque las piscinas tampoco tienen demasiada profundidad. Es muy útil llevar calzado acuático (cangrejeras), ya que el fondo es rocoso y es habitual cruzarse con peces de diversos tamaños (no te olvides de tus gafas de buceo, pues sus aguas son cristalinas) y animadas familias de patos.
El puente románico que une las orillas norte y sur del Alberche es uno de los emblemas de Navaluenga. Se construyó en el siglo XVI, por iniciativa del regidor Alonso Herrandes y con fondos del antiguo Concejo de Burgohondo y del Ayuntamiento. Edificado con sillares de granito, presenta trazas renacentistas y rememora en su estilo la vieja escuela romana. Dispone de cinco grueso apoyos y cuatro arcos de medio punto, además de los mencionados tajamares centrales. En los pretiles (muretes) podemos localizar 16 cruces de distinto tamaño, dos círculos con un hoyuelo interior, una figura con forma de doble triángulo y varias cazoletas, que en su tiempo servían para depositar velas e iluminar el camino a los viajeros.
Como muchas otras construcciones, el puente románico de Navaluenga encierra varias leyendas. La del toro del puente apunta a que cada 100 años, un vecino del pueblo visualiza, entre sueños, un espíritu en forma de toro que se manifiesta en remolinos de agua en el río; para romper su hechizo, el paisano debe enrollar un rosario entre las astas. Luego está la leyenda de una princesa mora (otros cuentan que era solo una joven sin título real), que se aparece en la noche de San Juan, siempre tan mágica. Tras la expulsión de los musulmanes del Valle del Alberche en el siglo XI, esta muchacha se escondió en una cueva y mantenía encuentros clandestinos con su joven amado, hasta que éste tuvo que marchar a la guerra para no volver. Desde entonces, el espíritu de ella merodea por el puente de noche para refrescarse, peinarse en la orilla o caminar junto al cauce.
Pero las piscinas no son el único atractivo natural de Navaluenga. Emplazado entre las cumbres del Macizo Oriental de Gredos y la Sierra de la Paramera, el municipio forma parte de la Reserva del Valle de Iruelas, donde se combinan los escenarios de pinares (negrales y laricios), pastizales y piornales en las cumbres graníticas, bosquecillos de robles y encinas o los enebros en las laderas cercanas al río. Este fue territorio de resineros y madereros hasta mediados del siglo XX y hoy alberga la colonia más importante de buitres negros de Castilla y León, además de águilas imperiales y otras especies de aves.
Además de cruzar por aquí el GR-10 (que comunica el Mediterráneo con el Atlántico, desde Puçol -Valencia- hasta Lisboa), desde el casco urbano de Navaluenga parten dos rutas de senderismo para hacer en poco más de 4 horas y con una dificultad media. La primera, la PRC-AV 9, discurre por el antiguo camino que usaban los arrieros para el intercambio de mercancías con el Valle del Tiétar, entre rebollos, piornos y cambriones (especie endémica del Sistema Central). La segunda, la PRC-AV 10, parte también del puente románico y atraviesa bosques cerrados de nogales, castaños, rebollos, pinos, tejos, acebos y abedules hasta alcanzar la cima del arroyo del Espino (con una pequeña ermita donde se celebra una romería) y atravesando diferentes gargantas. Es posible encontrarse con algún tejón, corzo o nutria y, con dificultad, con zorros y ciervos.
En otoño es muy frecuente ver por estos senderos a amantes de la micología. El Barranco del Cambronal y la zona de La Lobera suelen estar cubiertas de champiñones de prado, agaricus arvensis, senderuelas, amanitas, boletus o rebozuelos. Para los más preparados físicamente, hay rutas específicas de montañismo en el entorno de Gredos, para ciclistas y es habitual que en algunos tramos más salvajes del Alberche se practique el rafting, kayak o piragüismo en dirección al pantano de El Burguillo.
Navaluenga es de esos pueblos donde todos se conocen por el mote, el parentesco o el nombre de pila. La vida social se narra en la Plaza España, sentados en un banco o acodados en la barra de un bar disfrutando de un buen tinto de garnacha. De hecho, no hay mucha complicación a la hora de bautizar los establecimientos: bar Fede, frutería Juan, peluquería Olga… La carnicería Paco es la más antigua. “Yo no sé cuándo la montó mi suegro, pero sí que la cámara frigorífica tiene 62 años, pues la instalaron cuando llevaba yo un año trabajando aquí con mi marido”, recuerda Conchi, ya jubilada pero resistiéndose a desprenderse de la bata blanca de carnicera. El suegro era Kiko, el de la plaza (Francisco González en el DNI) y su marido y su hijo, Paco el carnicero. “Lo habitual entonces era la carne de cabra y oveja. Mi padre fue de los primeros en atreverse a despiezar y vender terneras, para espanto de mi abuelo. En el matadero se colambraba -retiraba la cabeza y asadura- y se pelaba y troceaba en la carnicería”, recuerda Paco mientras alista una canal. Él lo tiene claro: “Hay que ser muy torpe o muy malo para vender mala carne en esta zona”, donde ahora la reina indiscutible es la ternera IGP de Ávila.
Otra tienda que ronda ya el siglo de historia es la panadería Corralejo. La gestiona ahora la tercera generación, con Isabel al frente. Elaboran en un gran obrador 15 variedades de panes, que distribuyen por panaderías y restaurantes de la comarca. Entre sus más afamados está el candeal, con masa madre y 24 horas de fermentación que le confiere una corteza dura que conserva la miga tierna durante días. Y en agosto, el rey de los puestos de mercadillo y fruterías es el melocotón del Valle o del Alberche. La variedad amarilla de Agosto, con matices rosáceos o rojizos en su piel, es la más apreciada en hogares y restaurantes por su carne jugosa y apretada. Ya para finales de mes y principios de septiembre, maduran las variedades Sudanell y el Zaragozano, un poco más pequeñas.
Para cerrar la jornada, qué mejor que dar cuenta de estos productos en alguno de sus restaurantes. El recetario local incluye desde el cabrito a la caldereta, el chuletón de Ávila, las patatas blancas con manteca o los frejoles con morcillón. Rosa, la dueña desde hace 28 años de 'La Galería' (c/ la Ermita, 16), le tomó el testigo a su padre, que regentaba un pequeño bar en la piscina municipal Rueda.
Ahora, la carta de este acogedor restaurante de comedor con piedra vista refleja los hits que durante estos años han atraído a una clientela fiel de fin de semana y escapadas vacacionales. Entre los clásicos, las empanadillas fritas rellenas de cabrito en caldereta, las patatas machaconas con torreznos o los canelones de rabo de toro; en verano triunfan mucho las ensaladas, como la de melocotón navaluengueño, tomate, naranja y picatostes ahumados; las carnes como principal nunca fallan -chuletillas de cabrito a la brasa, paletilla asada a baja temperatura, solomillo o chuletón; y entre los postres, suelen recomendar su casera tarta de queso de Elvira García, afamada quesería de El Barraco, acompañada de helado artesano de cereza.
Si Rosa comanda la cocina, en sala se impone el buen criterio de su hijo Juan Zamorano, elegido recientemente como uno de los 100 mejores sumilleres de España. No hay carta de vinos oficial, sino que los clientes se dejan guiar por las recomendaciones de Juan, que se inclina claramente por referencias de la DOP Cebreros, con sus elegantes y complejas garnachas en tintos -tan diferentes según terrenos de pizarra y granito y crianzas en madera u hormigón-, y los blancos frescos y aromáticos de albillo real. Un consejo: déjense ilustrar por este joven talento.
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