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Hay algo de locura en visitar Cabo de Gata. En tomar dirección al desierto en chanclas con la toalla en la mochila. En caminar por un mar de cactus mientras el sol se cae a pedazos. En preguntarse dónde demonios estamos en el instante último justo antes de que el Mediterráneo se vea en el horizonte, de que se atisben playas de arena volcánica y dunas que enamoraron a Hollywood congeladas en el tiempo. En este rincón de tierra seca y duelos al atardecer hay que inspirarse en uno de sus habitantes más singulares: el camaleón. Nos enseñará a vivir con calma, ponerse a la sombra en las horas más calurosas y camuflarse en el paisaje para ser uno más. El resto lo ponen sus aguas transparentes en pequeñas calas, playas familiares de arena dorada y una gastronomía basada en la sencillez de pescados y mariscos, tomates con mil nombres y verduras nacidas bajo plástico.
Todo ello ocurre alrededor de Rodalquilar, minúscula localidad del término municipal de Níjar, ubicada en el valle que lleva su nombre en el corazón del Parque Natural Cabo de Gata. De casas bajas y cactus por todas partes, el barranco del Cuchillo parte en dos a la población. Sus paredes están cubiertas de numerosas obras de arte bajo la iniciativa Rodalquilarte y un puñado de vecinos convive entre apartamentos turísticos. También hay alojamientos como el ‘Hotel Rodalquilar’, con spa, o el ‘Oro y Luz’, con piscina para cuando sopla el levante.
Al norte hay viejas minas que parecen sacadas de contexto, restos de la fiebre del oro del siglo XIX que hoy languidecen entre grafitis. También aquí se rodaron algunas películas -toda Almería es de cine, como bien sabe Natalia de Molina- como se puede descubrir en la oficina de información junto al ecomuseo La Casa de los Volcanes. Allí es fácil aprender más sobre la explotación de minerales en la zona y, sobre todo, la personalidad geológica del entorno, marcada por antiguos volcanes cuyas calderas hoy son el destino de rutas senderistas.
“Tenemos un valle precioso, cerca del mar, con una luz y un paisaje único. Me siento un privilegiado de vivir aquí” dice Javier, uno de los responsables de ‘La Despensa’, un pequeño negocio convertido en una infinita alacena en el centro de Rodalquilar. Sorpresa para algunos, solución para otros, el establecimiento ofrece numerosos productos locales como vinos, quesos, embutidos, cerveza, miel, dulces o aceite, pero también hay una selección de “cositas del mundo” para hacer más placentera la estancia en Rodalquilar. El espacio es el lugar perfecto para avituallarse antes de pasar un día de playa en cualquiera de las muchas alternativas existentes a pocos kilómetros a la redonda.
La más cercana, de hecho, se encuentra a poco más de tres kilómetros y se llama El Playazo. Un ancho arenal de 500 metros de longitud cercano a la vieja torre de los Alumbres y protegida por el Castillo de San Ramón, entre chumberas y siemprevivas. La zona principal se complementa con una pequeña cala de aguas transparentes donde practicar de snorkel entre praderas de posidonia, estrellas de mar, pulpos y una numerosa fauna marina. También muy cerca se despliega la Cala del Cuervo, ya en la localidad de Las Negras, estupendo punto de partida para remar a bordo de un kayak por la costa almeriense. Para los más andarines, un poco más al norte, una pista serpentea durante una hora por la montaña hasta la Cala de San Pedro, un pequeño paraíso en pleno desierto.
Tras superar el Mirador de las Amatistas, las arenas grises de la playa del Peñón Blanco dan la bienvenida a La Isleta del Moro. Otra minúscula localidad con distintos centros de buceo que invitan a respirar bajo el mar y restaurantes donde tratan al pescado con mimo. Lo hacen en el restaurante ‘Isleta del Moro’, ya sea para freír un calamar, acomodar una dorada a la plancha, o preparar mejillones o almejas en salsa. Regentado por Antonio Hernández, hijo de su fundador en los años 60, cuenta con una terraza sobre el mar que fue protagonista en la película El pájaro de la felicidad, de Pilar Miró. Con el chisporroteo de las olas como efecto refrescante, es un cobijo exquisito para degustar los regalos del Mediterráneo que atrapa la flota de pescadores local, como comprobaron el Rey Felipe VI y Doña Leticia en una escapada por la zona hace unos años.
A pocos metros, la pizzería ‘Isoletta’ es mucho más de lo que su nombre indica. Exquisitos platos de pasta -espaguetis negros de sepia, raviolis de foie con salsa de manzana- comparten espacio con sabrosas ensaladas y especialidades de la zona como los salmonetes, el riquísimo gallo san pedro o la gamba roja. También los deliciosos saltones -conocidos como sonsos de la Costa Brava- bien fritos. Por supuesto, hay apetitosas pizzas de masa fina cocinadas al horno. Todo, por si acaso en estos tiempos, se puede pedir para llevar a casa.
Buena gastronomía ofrece, más al sur, El Pozo de los Frailes. Es una aldea de casas blancas donde hay opciones para todos los gustos: la eterna carta del restaurante indio ‘Satyaraj’, las propuestas mediterráneas de ‘Bartreze Sur’ o los arroces y pescados de ‘La Gallineta’, uno de los restaurantes más singulares y deliciosos de la comarca, que intercala platos internacionales con otros de mucha tradición y pescados únicos como los coloridos loritos.
Ya en San José, una de las mayores poblaciones de la zona -aunque apenas roza el millar de habitantes-, hay lugares como ‘El Òctopus’. En su carta el pulpo es el protagonista -hasta en croquetas- pero también hay pescado local, calamar en aceite o a la brasa, wok de secreto ibérico, tataki de atún rojo o una picada de elegante tomate raf de Almería. “Estaba cansado de Madrid y me vine a cumplir mi sueño”, cuenta el propietario desde 2016, Julián González, siempre atento a la lonja y a las capturas de los pescadores de confianza, que le traen gallinetas, gallo san pedro o galanes en su temporada. El almuerzo o la cena las ameniza periódicamente música en directo. Muy cerca, un arenal urbano ofrece un refrescante baño para disfrutar de una buena siesta.
Pero si hay algo singular en San José son sus escondidas playas del sur. En pleno Parque Natural Cabo de Gata, hay que acceder a ellas a través de un camino de tierra en malas condiciones, pero que merece la pena atravesar -en temporada alta el acceso solo es posible en transporte público, que va y viene con frecuencia-. La primera parada de la excursión es Los Genoveses, un kilómetro y medio de arenas doradas poco profundas. Poco más adelante, la pista se desvía a la izquierda hasta El Mónsul, una de esas playas incluidas en el imaginario colectivo, aunque jamás la hayas pisado: sus dunas fósiles forman parte de algunos de los fotogramas más recordados de la saga de Indiana Jones.
Entre ambas existen una serie de calas, como El Barronal, solo aptas para quienes apuesten por la tranquilidad a cambio de una buena caminata. Y un poco más allá, entre un bosque de grandes agaves, el camino continúa hacia la ensenada de la Media Luna y la pequeña cala que lleva su nombre. Bienvenidos al paraíso.
La vuelta a Rodalquilar al anochecer ofrece paisajes anaranjados por un sol que se pierde tras las montañas mientras es fácil ver cruzarse en la carretera un zorro o algún sapo camino de su charca. ‘Samambar’ es una estupenda opción para la cena -también para desayuno, brunch o almuerzo- con una terraza que se despliega junto a una pista de petanca donde las tardes se convierten en noches con calma mientras se lanzan las bolas por turnos.
El espacio es una iniciativa de Julia y Leandro, dos veinteañeros nacidos en el pueblo que han vuelto para hacer su sueño realidad. “Nuestros abuelos abrieron un restaurante en el mismo sitio en 1986 y ahora se han dado las circunstancias para que abramos nosotros”, dice Leandro. Abrió en octubre del año pasado apostando por recetas tradicionales, productos ecológicos, refrescos de fermentación y vinos naturales andaluces como los de la bodega ‘Barranco Oscuro’.
En su carta hay siete panes de panaderías ecológicas, mantequilla de oveja, quesos, ahumados, salazones o embutidos de Níjar, pero también salmonetes en ajoblanco y otras propuestas sanísimas con las que buscan “revalorizar el producto natural”. Un poco más arriba, en la misma calle, hay otras propuestas como ‘El Cinto’ o la ‘Taberna 340’, donde ofrecen tapas antes de la hora de la cena y, para después, una carta de cócteles. Al otro lado del barranco, ‘La Posidonia’ dispone de siete estupendos apartamentos que comparten la piscina perfecta. En una de sus hamacas es fácil pensar que en este lugar hay que quedarse a vivir para siempre.
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