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Estamos en pleno centro peninsular, apenas a 400 metros de altitud, y el sol calienta con ganas. Aun así, todavía puede intuirse por qué algunos llaman generosamente a esta zona la “Galicia chica”. Ahora ya amarillean sus pastos y las vacas buscan la sombra, pero todavía se puede sentir la humedad que hace que La Vera sea una gallina de los huevos de oro para agricultores y ganaderos. Y de un tiempo a esta parte, también para quienes quieren explotar un turismo más pausado y con carácter.
La auténtica “playa” de Madrid es, como los gatos, de interior. Y no está a tres horas y media en coche por la carretera de Valencia, sino a menos de dos en dirección a Portugal. Hablamos de las mil y una pozas y piscinas naturales que aparecen al norte y sur de la sierra de Gredos. Este mar de granito impermeable es perfecto para que se formen piletas con toboganes y trampolines incorporados en los grandes bolos rocosos que esculpió con paciencia el implacable avance de los glaciares.
En Gredos se cuentan por decenas las gargantas que esconden cientos de pozas, pero es difícilmente discutible que el punto más dulce de este paraíso se encuentra a los pies del majestuoso pico Almanzor, por su cara sur, donde unos veranos bien cálidos animan al chapuzón, y donde las cumbres siguen captando agua desde las alturas para que no pare la fiesta. Justo en el punto donde se dan la mano la comarca abulense del Valle del Tiétar y la cacereña de La Vera, la de Alardos puede que sea la garganta de las gargantas de Gredos.
Los es por muchos motivos. El primero quizá sea por su carácter democrático, o sea, que acerca estos paisajes idílicos a cualquiera, independientemente de su raza o religión, pero sobre todo de si las rodillas le funcionan mucho o poco. Y es que, a escasos metros de su localidad de referencia, Madrigal de la Vera, su carta de presentación son tres generosísimas piscinas naturales accesibles incluso en coche, eso sí, previo pago de la tarifa de seis euros si quieres disfrutar de un día completo de aparcamiento. También es democrática en el sentido de que luego, río arriba, hay cancha para los aventureros y las almas solitarias.
Madrigal de la Vera es la primera localidad de La Vera cacereña que se encuentran quienes viajan por el sur de la sierra de Gredos en sentido este-oeste. En su casco urbano la tónica general son viviendas más bien modernas, aunque entorno a la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, que data del siglo XV, todavía encontramos callejones empedrados con encanto en los que se escucha el correr de las fuentes. En ellos todavía quedan buenos ejemplos de una arquitectura tradicional popular en adobe y con balcones de madera que, a su manera, también podrían evocar a una Galicia chica.
El gran icono de Madrigal está, sin embargo, a las afueras del pueblo. Se trata del llamado Puente Romano o Puente Viejo, del cual se escriben muchas suposiciones pero pocas certezas. Se estima que el actual se construyó sobre la base de un puente romano relacionado con la calzada de cruzaba la sierra de Gredos y que todavía sobrevive en el puerto del Pico.
La hipótesis parece más que razonable ya que, aunque la primera mención del pueblo data del siglo XIII, el cercano castro de El Freillo atestigua que la zona estaba poblada desde antes de la llegada de los romanos. Visitar el yacimiento, por cierto, casa a las mil maravillas con una incursión a la garganta.
A los pies de este puente esbeltísimo, la piscina natural de Madrigal de la Vera sería por sí sola una de las más atractivas de La Vera, pero de la mano de este monumento consigue ser la más fotogénica de toda la sierra de Gredos y su buque insignia a la hora de promocionarse como playa de interior. Dispone de una gran superficie de baño, con una parte somera para familias y otra profunda para poder saltar desde un pequeño cortado; se puede llegar en coche, cuenta con una rampa de acceso y con la cocina del restaurante 'Puente Romano'. Pero esta es solo la primera de un sinfín de zonas de baño.
La garganta de Alardos apenas suma 20 kilómetros desde su nacimiento hasta su desembocadura en el río Tiétar, aunque sus mejores esencias se concentran en los 6,5 kilómetros que separan la piscina de Madrigal de la Vera de la confluencia de Alardos con la garganta de Tejea. Esta es otra de las más importantes y caudalosas de la sierra de Gredos, puesto que nace entre dos de sus picos más altos: La Galana y el Almanzor. Más arriba, la garganta pierde caudal y además se hace complicado seguirla ya que su camino más transitable es privado, mientras que río abajo desde Madrigal, el desnivel es demasiado bajo para conformar buenos remansos.
Desde el Puente Romano de Madrigal de la Vera, todavía podríamos conducir y aparcar hasta un kilómetro río arriba para disfrutar de dos piscinas similares a la del puente pero sin puente, con sus zonas someras y sus zonas de saltos, y en las que la majestuosidad del monumento la suplantan unas panorámicas fabulosas del macizo central de Gredos como telón de fondo. Hablamos de la piscina natural del Cardenillo y la del Charco Negro, dos lagunas fluviales que se han represado ligeramente con guijarros de granito. Ambas tienen un ambiente bullicioso que aderezan los chiringuitos del camping de La Mata en la primera, y del merendero de La Paloma en la segunda.
A partir de la piscina natural del Charco Negro, la garganta de Alardos se vuelve territorio “salvaje”: una anarquía de bolos graníticos desperdigados por aquí y allá, donde de vez en cuando la casualidad nos regala unas pozas paradisíacas que ni el más romántico de los artistas podría haber imaginado. Pero esto ya es solo territorio de viandantes.
Cabe una opción muy interesante de trazar un circuito desde el Puente Romano hasta la confluencia con la garganta de Tejea, haciendo uno de los sentidos por la margen cacereña y otro por la margen abulense; la primera tiene algo más de sombra y va más cerca del río, mientras que la segunda es más panorámica.
Caminando por la margen occidental de la garganta, a unos cuatro kilómetros del Puente Romano, un refugio algo destartalado sirve de referencia para desviarnos por un sendero que sale a la derecha y que nos conduce a una de las zonas de baño más privilegiadas de Alardos: la poza del Charco de la Caldera, o sea, Gredos en estado puro. La Caldera hace referencia, en concreto, a un gran remanso de agua burbujeante cual jacuzzi, debido a la pequeña cascada que vierte sobre la poza tras esquivar dos gigantescos bolos graníticos. Pero tanto antes como después del Charco de la Caldera, también encontramos zonas de baño muy atractivas e ideales para estirar la toalla.
Desde la Caldera cabría continuar río arriba por el propio cauce, aunque es una opción incómoda y con un punto de peligro ya que no hay camino y hay que ir inventándoselo, saltando de piedra en piedra. La recompensa sería que podremos bañarnos en otras pozas que resultan inaccesibles desde la pista que va en paralelo al río, ya que los caminos que bajan hasta estas son privados. En cualquier caso, resulta más razonable regresar al refugio para continuar por la pista, y así alcanzar sin grandes dificultades al segundo gran “oasis” de la garganta de Alardos.
La confluencia de las gargantas de Alardos y de Tejea la encontramos después de caminar unos 6,5 kilómetros desde el Puente Romano de Madrigal de la Vera y ascender unos 170 metros de desnivel. Es una zona particularmente “caótica” por la acumulación de granes bolos graníticos, en la que se forma un agradable y somero remanso para bañarse, donde es habitual encontrar nudistas.
Seguir río arriba por Alardos no tiene mucho sentido ya que el camino se cortará al cabo de unos cientos de metros, y la garganta es difícilmente transitable. Así que lo más razonable es cruzar a la otra margen y dar media vuelta para regresar a Madrigal por la orilla abulense.
Desde la confluencia estamos a unos 300 metros de la segunda gran poza de Alardos: el charco de Varillas o Barillas, cuyo acceso es más sencillo desde la orilla oriental. No es difícil llegar, aunque tampoco es difícil perderse en el intento, a pesar de la cercanía. Los aventureros, de nuevo, pueden ir saltando de piedra en piedra por el cauce del río y así seguro que no se pierden el charco. Los más prudentes pueden tomar un sendero que parte de la confluencia por la margen izquierda, subiendo primero un terraplén inclinado, para después de un par de cientos de metros de llano, volver a bajarlo.
El charco de Barillas, en realidad, se trata de son dos grandes e idílicas pozas concatenadas, separadas por un par de bolos graníticos colosales entre los que se ha “construido” un pequeño jacuzzi natural. Barillas puede ser un bonito punto final a esta fiesta del agua, ya que regresando a Madrigal de la Vera por la margen oriental, la abulense, el camino se aparta del río.
De bajada todavía encontraremos un puñado de senderos que brindan la oportunidad de bajar a otras pozas menores, aunque después de la Caldera y de Barillas, todo se va a quedar pequeño y quizá sea el momento de rendirse a las panorámicas o, si quedan fuerzas, subir a echar un vistazo al castro celtíbero de El Freillo.
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