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“Paz a los que llegan. Salud a los que habitan. Felicidad a los que marchan”. La leyenda se puede leer en una placa colocada junto a la Puerta Nueva, también llamada de Carnicerías, pues conduce a la Plaza Nueva, en el siglo XV sede del ayuntamiento, la cárcel, las carnicerías y el depósito legal. Laguardia no engaña ni guarda sorpresas desagradables para quien atraviesa su umbral.
De hecho, se deshace en atenciones con quien llega a conocer de primera mano sus numerosos atractivos. Pero sí cuenta con dos caras. Si no fuera por el matiz negativo del sustantivo de marras, podríamos decir alegremente que su silueta proyecta dos sombras. ¿Cuáles? La del pasado guerrero y la palaciega, cuyo legado arquitectónico comenzó a definirse en el siglo XVI, cuando la zona dejó de ser un polvorín y los lugareños empezaron a hacer dinero definitivamente con la elaboración y venta de vino.
Por algo esta capital de Rioja Alavesa es considerada y llamada Capital del Vino (en la comarca hay más de 100 bodegas), aunque sus reclamos se multiplican fuera de viñedos, depósitos, barricas y botellas. Robusta, bella y amurallada, como corresponde a una villa fundada en el siglo X como defensa del Reino de Navarra -acosado por moriscos y castellanos-, se erige sobre un altozano. Allí resiste impecable, con apenas cicatrices -más allá de las propias de la memoria- de aquellos tiempos en que fue destacada plaza militar y escenario de batallas; o de años sombríos en que su población fue diezmada por epidemias de peste.
La siguiente es una relación de hitos imprescindibles para quien llegue en son de paz a la población alavesa, a quien también convendrá anotar la dirección de su Oficina de Turismo (Calle Mayor, 52). Necesitarás recurrir a ella para descubrir qué ver en Laguardia y visitar espacios como la Torre Abacial, el pórtico de Santa María y el estanque celtibérico de La Barbacana.
El pasado belicoso de esta tierra se aprecia también en la existencia de dos torres: la Abacial y la de San Juan. Esta última, adosada al amurallamiento general, fue concebida como castillo militar para proteger la puerta de igual nombre, situada en el ala sureste.
Mientras, la estilizada Torre Abacial, llamada así porque en su momento pudo pertenecer a un monasterio, se parece mucho a otras torres-castillo construidas a comienzos del románico al norte de Italia y en los pirineos catalanes. De planta cuadrada, en su momento tuvo función defensiva, pero hoy es campanario y elevado mirador abierto a visitas. Ya no da miedo, todo lo contrario, y a sus pies se encuentra un aljibe -o depósito de aguas pluviales- que sirvió de abastecimiento líquido.
Aunque pocos se queden ya a misa, los edificios religiosos continúan siendo un importante reclamo turístico en este país repleto de ermitas, iglesias, basílicas y catedrales. Laguardia no es una excepción y cuenta con dos iglesias distanciadas únicamente por 300 metros: San Juan Bautista y Santa María de los Reyes. Ver estas dos iglesias es de las mejores cosas que hacer en Laguardia. La primera de ellas alberga en su interior retablos de interés -todos construidos a partir del siglo XVI-, una capilla dedicada a la Virgen del Pilar y luce un pórtico gótico en su portada sur.
La iglesia consagrada a Santa María protege del frío que llega de la Sierra de Cantabria y brinda entretenimiento a cuantos aficionados al arte y la arquitectura valoran el mérito y la belleza de naves, capillas, ábsides, sacristías, bóvedas, crucería gótica, terceletes, arquillos ciegos o ventanales románicos. No obstante, destaca sobremanera por el excelente estado de conservación de su pórtico policromado, que conserva su esplendor debido a que lleva cinco siglos protegida de las inclemencias meteorológicas por una bóveda y su cerramiento. Parece madera, pero se trata de piedra tallada a finales del siglo XIV y pintada en el XVII. La compleja y riquísima decoración alterna figuras humanas, divinas y motivos vegetales. No te puedes quedar sin visitar en Laguardia esta iglesia.
Nada queda del imponente castillo erigido alrededor del año 908 por el rey navarro Sancho Abarca. Una fortaleza tan bella como intimidatoria, derruida en 1875 para acometer “mejoras urbanas”. En su lugar se levanta hoy un colegio, cabe decir como tímido consuelo. Pero sí lucen inexpugnables restos de la muralla alzada por Sancho VII de Navarra (El Fuerte), cuyas saeteras y torres almenadas abrazan ahora cariñosamente el entramado urbano de Laguardia.
Cómo conforta un paseo por sus estrechas calles, con paradas en pequeños comercios y bares que, en algunos casos como en ‘Los Sietes’ (Páganos, 92), despachan vino de cosecha propia. Qué entretenido detener los pasos y recrear la vista ante blasones y escudos nobiliarios labrados en piedra, balcones de forja, hornacinas con imágenes de vírgenes y santos, y puertas adornadas con eguzkilores. Según cuenta la leyenda, esa flor seca del cardo silvestre carlina acaulis mantiene alejados a los malos espíritus…
Haciendo honor a su condición de vascos, nadie se va de Laguardia con hambre. Distintos bares exhiben sus mostradores bien surtidos de pintxos y los laguardienses te recomendarán llevar a casa, o comer in situ, los hojaldres típicos del lugar, que realmente son sobaos artesanales -unos bizcochos elaborados generalmente con masa de pan, manteca, azúcar, huevos y anís-.
Si prefieres mesa y mantel, extramuros puedes reservar en ‘La Huerta Vieja’ (La Hoya, 5) o en ‘Amelibia’ (Barbacana, 14), restaurante de cocina tradicional donde se va a comer potaje, patitas de cordero, manitas de cerdo, rabo estofado, caza... Intramuros destaca la propuesta de ‘Sugar’ (Páganos, 35), un establecimiento especializado en carne de calidad a la brasa. Incrustado en la propia muralla está ‘Capricho de Baco’ (Paseo Sancho Abarca, s/n), regentado por el mediático Javi Sierra, cocinero y presentador de programas de televisión como Juego de cartas y El Club del Tupper. A un paso, en Páganos, encontrarás ‘Héctor Oribe’ (Gasteiz, 8), restaurante Recomendado por Guía Repsol que ofrece cocina tradicional y de mercado con toques modernos.
La Casa de la Primicia (Páganos, 78) es el nombre del edificio más antiguo de Laguardia, que al tiempo presume de ser la bodega “original” más antigua de España. Se construyó en el siglo XI; allí se ha elaborado vino ininterrumpidamente desde el siglo XV hasta los pasados años ochenta -aún permanece dada de alta como bodega en el Consejo Regulador de Rioja- y se mantiene su estructura propia de producción.
Quien la visita observa allí no sólo su puerta abovedada de arco apuntado y ventanas adinteladas, también lagares de piedra y calados donde envejece vino en barricas a nueve metros de profundidad. El nombre obedece a que, siendo propiedad de la Iglesia, se recaudaba allí el antiguo impuesto de diezmos y primicias.
En la actualidad pertenece a la bodega ‘Casa Primicia’, que programa visitas en las que el anfitrión recuerda cómo las dos iglesias y esta misma casa, merced a su piedra de sillería, fueron las únicas edificaciones que quedaron en pie tras un pavoroso incendio. “Desde entonces la gente empezó a edificar en piedra”, subraya con una sonrisa Iker Madrid, uno de sus responsables.
Danza de los arcos, Chulalai, Troqueados de San Juan Degollao, Danza del árbol, Tremolación de la bandera… La capital de Rioja Alavesa cuenta con un repertorio popular de bailes, jotas y pasacalles donde asumen protagonismo la gaita y la dulzaina. Tanto es así que en la villa se celebra cada mes de mayo el Día del Gaitero, fiesta cuyo programa incluye conciertos, concursos, dianas y pasacalles.
Tiene sentido, por tanto, que en la localidad, junto a la Iglesia de Santa María, haya una plaza dedicada a los músicos (la Plaza del Gaitero), aunque realmente el curioso conjunto escultórico es un homenaje al viajero. El vitoriano Koko Rico es el autor de dos plataformas de acero corten cubiertas de pies, botas, sandalias, zapatos, bolsos, y maletas de bronce.
Al entrar a Laguardia por la Puerta Nueva, cuando se acercan ciertas horas en punto, muchos se preguntan qué hacen esos corrillos de gente frente al ayuntamiento. No son manifestantes. En su mayoría son turistas y visitantes que esperan, más o menos impacientes, a que suene la música y se ponga en marcha el mecanismo del reloj animado situado en la fachada del consistorio.
Después de una melodía inicial, salen a escena dos dantzaris y el Cachimorro (jefe del grupo de danzarines que actúa en las fiestas patronales de San Juan Bautista) para bailar el pasacalles de San Juan ante los ojos de los presentes y las indiscretas cámaras de sus teléfonos móviles. Pese a ser inaugurado recientemente (31 de diciembre de 1998), el carrillón es ya un símbolo del municipio.
Se puede decir que existen dos villas en una. Una percibe a diario el contraste entre el día y la noche, mientras la otra permanece ajena a la transición, excavada como está a varios metros de profundidad. Y es que casi todas las casas de Laguardia cuentan con su bodega particular en el subsuelo, así que bajo tierra se dibuja -desde el siglo VI, tiempo de paz una vez unificada España bajo el poder absoluto de los Reyes Católicos- un complejo entramado de cuevas, galerías y bodegas familiares que brindan abrigo al vino y a quien quiera dar buena cuenta del mismo con ricas viandas y provechosa conversación.
Eso ahora, pues en su día esos calados fueron también refugio y espacio de reunión para diseñar operaciones militares. El mismísimo Zalacaín, aventurero inmortalizado por Pío Baroja, recurría al subsuelo para practicar un agujero por el que huir y burlar el sitio carlista.
Los vecinos miran con orgullo al entorno de Laguardia, rodeados como están por más de 3.000 hectáreas de viñedo. Recientemente los datos oficiales hablaban de 3.338,78 hectáreas dedicadas a las variedades tintas; y otras 241,36 a la uva blanca. Se trata de una extensión suficiente para abastecer a más de 50 bodegas que constituyen en sí mismas otros tantos reclamos turísticos.
Muchos son, por ejemplo, quienes se acercan a ‘Solar de Samaniego’ (Carretera de Elciego, s/n) atraídos por la monumentalidad del Espacio Medio Millón y los enormes depósitos de hormigón (de 500.000 litros de capacidad) pintados por Guido van Helten.
Otra opción destacada es acercarse a las instalaciones de ‘Ysios’ (Camino de La Hoya, s/n) y admirar las ondulaciones de aluminio -casi pixeladas- diseñadas por Santiago Calatrava. Justo enfrente se encuentra la ‘Bodega Javier San Pedro Ortega’ (Camino de La Hoya s/n) y su original wine bar, en cuyas butacas y sofás puedes degustar una veintena de referencias de la casa. Distintas estancias y el mismo cortinón de la sala de catas remiten a los universos oníricos de ‘DiverXO’ (3 Soles Guía Repsol), del Circo del Sol y del propio Javier; y las visitas guiadas conviene terminarlas bebiendo a morro, directamente del porrón, en su viña.
Un busto de Félix María Samaniego, escritor nacido en Laguardia allá por 1745, preside el Paseo de El Collado que, partiendo de la Puerta de Páganos, bordea la parte norte de la villa y brinda una espléndida panorámica de Rioja Alavesa. La escultura se antoja un punto de salida idóneo para cuantos deseen trazar a su antojo una ruta particular por lugares que ocuparon un lugar destacado en la vida y la obra del fabulista.
El recorrido ha de incluir su casa natal, edificada en sillería y con portada neoclásica en el número 5 de la plaza San Juan; el palacio del siglo XVII es hoy sede del Departamento de Hacienda, Finanzas y Presupuestos de la Diputación Foral de Álava. Allí, a siete metros de profundidad, bajo la Casa Palacio de Samaniego, se encuentra también la ‘Bodega El Fabulista’.
Es sabido que un viñedo perteneciente a ‘Bodega Solar de Samaniego’ ocupa La Escobosa, finca de 38 hectáreas donde tenía su casa de recreo la familia y donde el artista escribió muchos de sus textos. Los restos del escritor descansan en la iglesia de San Juan Bautista, concretamente en la capilla de La Piedad. Pisar el mismo suelo hará las delicias de sus lectores, de cuantos se han divertido con historias entrañables y didácticas como La lechera, La cigarra y la hormiga o El parto de los montes.
Hubo un tiempo en que el Valle del Ebro estuvo cubierto por el agua de un gran lago que, al secarse, desembocó en la formación de las cubetas de Elciego y Oyón, la laguna de Navaridas y, en Laguardia, las de Carralogroño y Carravalseca. Su único alimento es el agua de lluvia (cubeta endorreica), por lo que no debe extrañar encontrarlas secas, rodeadas de carrizo, cañas, robles, encinares, enebros, boj y madroños.
Por motivos como la flora y la fauna que cobijan, están declaradas biotopos protegidos y el aspecto blanquecino que luce su fondo en tiempo de sequía es fruto de la evaporación y obedece a las sales disueltas en el agua. A un paso se encuentra el humedal El Prao de la Paul, un espacio ideal para el avistamiento de aves que, además, puedes rodear en apenas tres cuartos de hora siguiendo un camino circular señalizado.
Los adictos al turismo de naturaleza tienen una estupenda excusa para calzarse las botas: una completa ruta de dólmenes y monumentos funerarios que acreditan que pequeñas comunidades de agricultores habitaban ya la zona entre los años 3000 y 1000 a. C.
La importancia del conjunto dolménico ha dado pie a la señalización de ese itinerario con escalas en las cámaras y losas de ocho monumentos megalíticos, cuatro de ellos en Laguardia (Alto de la Huesera, Layaza, El Sotillo, San Martín), dos en Elvillar (La Chabola de la Hechicera, El Encinal), uno en Cripán (Los Llanos) y el último en Villabuena (El Montecillo). Bien cerca se encuentran los restos de San Juan Ante Portam Latinam, enterramiento colectivo simultáneo (289 individuos) que nos traslada al Neolítico Final.
Para aficionados a la arqueología se recomiendan especialmente el yacimiento arqueológico y el museo del Poblado de La Hoya (Ctra. Elvillar, s/n), que sitúa el foco en las condiciones de vida de quienes lo habitaron entre los años 1200 y 250 a. C. Para recrearlas se sirven de dibujos, fotografías, textos y una reproducción del poblado -incluida una casa a tamaño real con todos sus enseres- que traslada al visitante a la II Edad del Hierro.
En el yacimiento se conservan 360 metros de muralla, vestigios de un poblado cuyo primer asentamiento data del siglo XV a. C., cuando pobladores indoeuropeos tomaron contacto con culturas megalíticas de la zona. Asimismo, se sabe que celtíberos procedentes de la meseta protagonizaron una ocupación violenta en el siglo IV a.C. y que solo un siglo más tarde fue abandonado por razones desconocidas.
Todos tenemos presentes las imágenes que la literatura y el cine nos han fijado en la memoria de hordas de guerreros dispuestos a conquistar castillos, pueblos y fortalezas, pertrechados con piedras, flechas y espadas, pero lo cierto es que la violencia no era siempre el primer recurso. Con menos épica y estruendo, la mayoría de los asedios se resolvían sitiando el objetivo a la espera de que sus habitantes se quedaran sin víveres ni agua y alzaran la bandera blanca.
Ahí la codiciada Laguardia contaba con una ventaja añadida, a sumar a su elevación y amurallamiento. La villa disponía del estanque celtibérico de La Barbacana (Mayor, 104), con capacidad para 300.000 litros y construido hace 2.100 años para embalsar agua de un manantial propio. La obra de ingeniería fue descubierta al iniciar la construcción de un parking y hoy, junto a los muros y muretes del acuífero -superpuestos a raíz de distintas ampliaciones-, se encuentra una instalación museográfica con entretenidos recursos audiovisuales.
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