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Abierto en noviembre de 2016, aunque con otro nombre –entonces se llamaba 'Mala Herba'–, 'Agreste' lleva cerca de ocho años seduciendo a gastrónomos y foodies de todo pelaje que, a pesar de las dificultades de aparcamiento –es imposible–, se desplazan en transporte público –funciona de maravilla– hasta lo más alto de una de las colinas barcelonesas, al barrio de El Coll.
En esta área residencial de carácter popular, estuvo funcionando una cantera muy productiva hasta la década de los 60 del siglo pasado. Ahí mismo se levanta 'Agreste' como un faro que atisba la ciudad, el caprichoso entramado de callejuelas en pendiente que se desliza hasta el Parc Güell y, a lo lejos, el manso y luminoso espejo mediterráneo. Cuando uno llega a 'Agreste 'de día, a la hora del almuerzo, parece que haya abandonado la bulliciosa Barcelona.
Cruzar la puerta del restaurante tiene el mismo efecto transportador. El interiorismo de 'Agreste' es tan cálido como las recepciones de Roser Asensio, jefa de sala y de sumillería, que trata a los clientes con el cariño acumulado en otra vida, en la que ejerció de terapeuta. “Una cosa y la otra tienen mucho en común”, dirá cuando le pregunte por el cambio, “se trata de cuidar a la gente”.
La sensación que tengo cada vez que visito esta casa es la de entrar a un bistró con alma de alta cocina, una que del mismo modo que Roser cuida al comensal, cuida la temporalidad del producto, la relación con el proveedor y el respeto a la materia prima, que llega al plato en combinaciones siempre sabrosas y de pocos, elegidos, ingredientes.
Fabio Gambirasi, cómplice de Roser en 'Agreste' y en la vida, es un cocinero formado en distintos restaurantes estrellados de Francia e Italia, para quien llegó el día de vivir a una escala más humana y cercana al comensal. Ambos se conocieron haciendo el Camino de Santiago, que no deja de ser una búsqueda un tanto mística e interior, y al poco dieron un vuelco a sus respectivas situaciones para abrir la primera versión de Agreste.
Sobre la evolución del restaurante, la pareja afirma que lo han ido puliendo poco a poco, que lo de hoy poco tiene que ver con lo que había el día que levantaron la persiana por primera vez. Han mejorado la carta de vinos hasta incluir champagnes de Selosse, por poner un ejemplo, y la cocina también ha evolucionado: “No existe un término para definir lo que hacemos, es una cocina española con la cabeza italiana”, afirma Fabio.
Claro ejemplo de lo anterior puede verse en uno de los aperitivos imprescindibles de la casa: la panizza frita con papada ibérica y crema al limón. La panizza es una elaboración de harina de garbanzo cocida en agua, posteriormente frita, arraigada a la Liguria –y también a la Provenza, donde se llama panissa, y a Cádiz: paniza– que conjuga a la perfección su italianidad con la rotundidad del ibérico velo de grasa.
Un entrante que también suele encontrarse, con las pertinentes variaciones que marca la despensa marina, es la alcachofa, en ese caso coronada de ventresca de atún rojo, una hoja de kale crocante y polvo de laurel. El pescado está riquísimo –es soberbia la versión con chanquete–, aunque la verdadera protagonista para mí es la alcachofa, es un monumento por sí sola.
Me sorprende, para bien, un riquísimo plato de col en escabeche con ciausculo, un embutido que recuerda al salchichón, de masa blanda y untable, originario de la italiana región de las Marcas.
Sin embargo, el plato que resonará en mi cabeza el resto de la semana es el raviolo aperto, un juego semántico, pues se trata de un plato de excelsos guisantes –cocción magistral– con cocochas de bacalao y su pil pil picoso, cubiertos por una lámina abierta de raviolo –y de ahí el nombre– y terminado con el contrapunto dulce y yodado de unas yemas de erizo. Un plato que cuaja toda una tradición mediterránea de cocina excelsa.
Salen a la mesa otras propuestas como el erizo a la Salsa Café -otro clásico de la casa-, la fregola con gamba roja, la presa con bearnesa y puntarelle. Y llega el turno de los postres: estallan la cremosidad anisada del cremoso de regaliz con helado de menta y un segundo plato dulce de mandarina con boniato: postres ligeros, aéreos.
Además de las botellas de Selosse –que un cliente acaparador agotó en una reciente visita–, la bodega de Agreste guarda joyas de vinos artesanos españoles, franceses e italianos, principalmente, y también iconos de Sassicaia o Finca Dofí, entre otros. El pan lo compran a Galette & Pastim, en el vecino barrio de Horta; y la carta líquida se complementa con sugerentes cócteles aperitivos.
'Agreste' está en plena forma pero no se termina aquí, está previsto que en 2024 pase por un proceso de transformación que ganará terreno a la roca, habilitará un huerto en la azotea y servirá de vivienda a Roser y Fabio, es decir, que esta pareja acentuará todavía más el toque personal e irreplicable de su hermosa casa de comidas. Mientras no pierda un ápice del aire romántico, cálido y envolvente yo estoy absolutamente a favor del próximo 'Agreste'. Tienen todo el crédito, el camino que les lleva hasta él ha sido impecablemente recorrido.
AGRESTE DE FABIO & ROSER. Carrer de Funoses-Llussà, 2, Gràcia. Barcelona Tel: 932 13 50 05
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