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La respuesta más natural
Dicen que la de Puigpunyent fue una de las primeras zonas que se habitaron en Mallorca. En una isla con tantos kilómetros de playas y parajes singulares, uno se pregunta el porqué de esa elección concreta. Qué fue lo que sedujo tanto en esta tierra a esos primeros mallorquines prehistóricos. La respuesta empezamos a intuirla según nos vamos acercando al pueblo. Ya entonces, sin salir de la carretera, disfrutamos de un entorno bucólico, de pinos, robles, almendros y algarrobos; envueltos por un silencio que funciona como un inhibidor de estrés a la entrada de la sierra. Es solo un anticipo de lo que nos espera en las tranquilas calles de Puigpunyent, básicamente, dos vías principales que recorren su casco de norte a sur. Nos acercamos y las vemos caer desde las laderas de la Tramontana, como un río con sus riberas adornadas de casitas bajas, con puertas y ventanas coquetamente pintadas, y el aliño de las palmeras, arbustos y muros de mampostería que se van sucediendo. Y, entre medias de todo, las iglesias de la Asunción de la Virgen, del siglo XVIII, y la neoclásica de Galilea, como dos hitos que señalan la trayectoria del pueblo.
Ya percibimos que a Puigpunyent se viene a descansar, pero hay visitas que no deberíamos evitar, como el lujo de hacer una escapada a alguno de los viñedos familiares del municipio; o conocer Son Puig y sus restos de la época talayótica. Y, por encima de todo, acercarnos a la Reserva Puig de Galatzó, un parque de naturaleza que nos invita a disfrutar de la montaña palpándola directamente, con mil y una actividades de ocio.